¿Y si tus problemas de piel fueran por una intoxicación de cortisol? – Saigu Cosmetics
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¿Y si tus problemas de piel fueran por una intoxicación de cortisol?

¿Y si tus problemas de piel fueran por una intoxicación de cortisol?

Puede que uno de los grandes enemigos de tu piel esté en tu interior. Se llama cortisol y se le conoce como la hormona del estrés. Es el culpable de que nos bajen las defensas, nos invada la sensación de angustia o tengamos el ánimo por los suelos, pero también de que se nos caiga más el pelo o que la piel pierda su luminosidad, entre otros efectos. El estilo de vida actual no lo pone fácil y de hecho, según los expertos, muchos de nosotros vivimos intoxicados por cortisol. Pero no lo sabemos.

Recuerdo una conversación, tras la pandemia, con mi amiga María y de cómo una analítica le desveló que el origen de todos sus males se debía, precisamente, al cortisol. Al principio, ni lo imaginó. Como tantísimas personas, durante el confinamiento, tras pasar el COVID y vivir una época de ansiedad e incertidumbre profesional, empezó a notar cambios en la piel y el pelo. El cabello se le caía por mechones y su piel, incluido el cuero cabelludo, pasó de su habitual sequedad a extremadamente seca. El dermatólogo la calificaría poco después de atópica: fina, reactiva, casi sin poros visibles, con necesidad de hidratación constante por tirantez, continua sensación de picor, aspecto rugoso y casi siempre ‘pelándose’ en una u otra zona. “La sensación era como de si fuese papel de fumar”, me comentaba. El doctor lo achacó a síntomas post-COVID.

Pero no iban por ahí los tiros. Aunque parece que siempre es el malo de la película, el cortisol tiene también un papel fundamental en el funcionamiento del cuerpo. “En realidad es una hormona muy necesaria que actúa sobre casi todos nuestros órganos y tejidos. Ayuda al cuerpo a responder al estrés y a reducir la inflamación, entre otras funciones”, explica la doctora Remedios Gutiérrez, endocrino y psiquiatra. Sin embargo, el exceso de cortisol, cuando se mantiene elevado durante periodos prolongados –por estrés, ansiedad o depresión ansiosa– deja de ser bueno

Meses después, al ir sumando síntomas (mareos, temblores, desmayos, contracturas musculares, cansancio extremo, hinchazón y dolor abdominal, reglas cada vez más abundantes y dolorosas, taquicardias y dolores de cabeza recurrentes, entre otros) María consultó a un endocrino. Y allí estaba la respuesta. Tras una completa analítica de sangre, el parámetro del cortisol estaba disparado, en unos niveles que el especialista calificó de “peligrosos”. 

“A nivel piel, el cortisol elevado provoca la degradación de algunas proteínas dérmicas junto con el debilitamiento de los pequeños vasos sanguíneos cutáneos, lo que disminuye la oxigenación y afina la piel, volviéndola frágil. Sus mecanismos de reparación se ralentizan y es más susceptible a infecciones, mala cicatrización de heridas y tiene mayor facilidad para presentar hematomas”, expone la especialista. 

La piel de María había dado señales reveladoras de que algo no estaba bien en su interior. Bastó una analítica para conocer el detonante y actuar. Tras sesiones de terapia y, en su caso también, medicación psiquiátrica, los niveles de cortisol le han ido bajando muy poco a poco; pero su piel y su pelo aún no han vuelto a su estado anterior.  

A menos estrés, mejor piel

La piel empieza a ser considerada como el tercer cerebro. Y tiene sentido, porque ambos órganos están íntimamente conectados, tanto que tienen el mismo origen embrionario. Son los únicos que se forman a partir del ectodermo. Piel y cerebro mantienen una relación continua a través de múltiples receptores y lo que ocurre en uno repercute en el otro y viceversa. Esta conexión se refleja en expresiones cotidianas que usamos intuitivamente: palidecemos de miedo, se nos eriza la piel ante emociones fuertes, enrojecemos de ira o de vergüenza o nos brilla la cara de felicidad. 

El estrecho vínculo entre piel y cerebro ha dado lugar a una nueva disciplina, la psicodermatología, que investiga los efectos de esta relación recíproca. Problemas cutáneos como la dermatitis o un brote de acné pueden tener un impacto psicológico significativo, al igual que nuestras emociones pueden estar detrás o agravar dichos problemas. Además de los cuidados médicos y/o cosméticos que ayudan a reducir los síntomas, hay que emplear estrategias que ayuden a bajar los niveles de cortisol. Esto, dice Gutiérrez, se logra mediante los mismos mecanismos de gestión del estrés y emociones: ejercicio regular, buena higiene del sueño, horarios regulares, meditación, terapia psicológica e incluso psiquiátrica si es necesario.

Puesto que la piel es, al final, también el reflejo del alma, en los laboratorios de cosmética hemos empezado a aplicar conocimientos de las neurociencias al cuidado cutáneo, lo que ha dado lugar a una nueva tendencia: la neurocosmética. Este tipo de fórmulas no solo tratan la piel sino que también incluyen activos que pueden influir en el estado de ánimo.  Así se ha concebido, por ejemplo, el Elixir de Medianoche de Saigu, un suero con un activo sensocosmético que a sus múltiples beneficios sobre la apariencia de la piel (regenera, revitaliza, restablece su brillo natural, calma las rojeces, suaviza la textura cutánea, mejora la elasticidad y refuerza la barrera cutánea) añade el efecto positivo sobre la mente de sus compuestos aromáticos, capaces de rebajar los niveles de cortisol, mejorando el bienestar y promoviendo relajación de la actividad cerebral. 

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